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miércoles, noviembre 17

EN EL LAGO DE PÁTZCUARO

EN EL LAGO DE PÁTZCUARO

Por Julie Sopetrán

                                En el palacio de los príncipes p´urhépechas, estandarte tradicional. Foto: Julie Sopetrán

Llegamos a Pátzcuaro el día 31 por la tarde, en la Plaza Mayor, se respiraba el ambiente previo al Día y Noche de Muertos. Los vendedores invadían las calles, un grupo de danzantes bailaban la Danza de los Viejitos. Niños, ancianos, familias enteras vendían de todo, desde calaveritas de azúcar, pan de muerto, cirios, copal, candelabros, hasta lo más inverosímil, ranitas artesanales, miniaturas, para la buena suerte, que movían sus cabecitas a un pequeño soplo de viento… Apenas se podía caminar entre la gente. Por todas partes había altares de muertos, estandartes elaborados con flores amarillas de cempasuchil, el sol se alejaba por el lago y una luz tenue ensalzaba las torres y los edificios de Pátzcuaro, dando al lugar un tono de reciente lluvia, de humedad, de colores mojados y envueltos a  la vez por el griterío de la fiesta.  Vinieron a mi mente esas civilizaciones de antaño, los pueblos p´urhépechas oriundos de este lugar mágico, pueblos que no sólo han dejado huella en estos lugares, sino que sus herederos conservan todavía hoy tan cuidadosamente sus tradiciones. Por alguna razón Pátzcuaro, ha sido nombrado por la Oficina de Turismo, como uno de los Pueblos Mágicos de México.

                                                               Calle típica de mercado en Pátzcuaro. Foto: Julie Sopetrán

Ellos creen que no todo acaba con la muerte, por el contrario, el espíritu continua vivo  en lo que llaman el Mictlán, que bien puede ser un Paraíso. Desde este lugar las almas todos los años visitan a sus familiares en la tierra. No se ven. Pero se perciben, se sienten en el ambiente familiar y comunitario.  Es así como se celebra la fiesta, el llanto y el dolor no existen, por el contrario, todo se prepara para recibir la visita de los que fallecieron. Todo es como un banquete, los mejores manteles, los más exquisitos sabores, comida en todas las casas, no sólo para los muertos que se les cocina el plato preferido, también para los invitados, para los forasteros. La filosofía p´urhépecha es compartir. Dar y recibir. Es de muy mala educación ir a visitar una ofrenda y no llevar algo para el muerto al que se memora, tan mal visto está eso como no aceptar la comida que te ofrece la familia con verdadera generosidad. No compartir sería un desprecio. Pero lo que he observado en esta fiesta es esa unión de las familias. Todos se reúnen en los patios de las casas para hablar, para recordar, para comer y beber y para ser ante todo una comunidad dialogante.
Pátzcuaro es tal vez el centro, la capital p´urhépecha por excelencia.  En esta ciudad se respira el aliento “michoaque”, también “tarasco” de Michoacán, del Lago de Pátzcuaro, “lugar donde abunda el pescado”.

                              En la Plaza Vasco de Quiroga, danza de los viejitos. Foto: Julie Sopetrán

Son más de veinte pueblos los que rodean el Lago de Pátzcuaro que tiene un litoral de 55 kilómetros.  Existen cinco islas y algunos islotes. La más bella de las islas es Janitzio, según dicen significa “donde llueve”, otros dicen que es “cabello de elote”. La isla es de piedra y produce algunos frutales como el durazno. En Janitzio se fabrican redes, que las llaman guaracas, que son redes anchas de hasta 200 metros. También se fabrican redes cueremicuas, que son más angostas y las guarumutacuas y tirhuspetacuas que son redes en formas de cucharas y sirven para la pesca de pescados como tíruhs y de la chegua. Estas redes y barcas son conocidas como mariposas, por la forma que le dan los pescadores, parecen mariposas en el agua. En lo alto de la isla podemos visitar la gigantesca estatua de Don José María Morelos y Pavón. En su interior se puede contemplar una colección de pinturas que describen la vida del héroe mexicano. Toda la isla es en subida por limpias calles donde el olor a comida reanima el apetito en los caseros restaurantes.  Lo más hermoso de esta isla es cuando sus pescadores, no sólo pescan sino que cazan los patos, suelen hacerlo el día primero de Noviembre. Numerosas canoas salen en busca de los patos que los cazan con una especie de carrizos de tres metros de largo que terminan en puntas de hierro en la parte delantera, una especie de arpones artesanales. Las canoas son tan originales que están hechas de un tronco de árbol muy grande. Los patos los cocinan para las ofrendas y también para comerlos en familia. Es realmente hermoso contemplar el Lago desde lo alto. Un lago misterioso, donde tienen cabida muchas leyendas.
Según me contó un anciano en Pátzcuaro, el lago que divisamos desde cualquier rincón de la ciudad, nació aquel día cuando los nativos p´uhrépechas eran dueños de sus tierras y las cultivaban, habitaban los montes y eran felices en el lugar porque tenían su alimento con el purú y el tziri, el tejote y la xhengua, el delicioso guaraz y el sabor tecua que les proporcionaban las abejas. Productos de la tierra, maíz, calabaza… Su naturaleza era como un Paraíso cuidado y protegido por la madre Cuerápperi, en este lugar vivían también los guacúsecha, hijos de aquella feliz pareja que Tucup-Acha había introducido en este paradisíaco lugar, con la idea de poblar el mundo y extender toda su descendencia.

Una calle de Pátzcuaro. Foto: Julie Sopetrán

Un día, esta vida feliz del lugar se vio truncada, la atmósfera empezó a calentarse de tal manera que los campos se secaron y la mortífera asfixia les hacía marchar a otros lugares. Todos huyeron hacia el Norte, incluidos los animales de la zona, como el zorrillo, los tlacuaches, las ardillas, las zorras, los tejones, conejos... Los hombres imploraban la piedad de los dioses. Y dicen, que en medio de aquella confusión, se oyó un ruido terrible, y se vio una enorme bola de fuego que descendía centelleante hacia sus cabezas. La enorme bola tocó tierra y todo tembló como si se tratara de un cataclismo, dicen que los montes abrieron sus entrañas y de sus venas brotaron grandes torrentes de agua hasta crear el bellísimo lago de Pátzcuaro. Los hombres, seguidos de los animales, regresaron a las orillas del Lago, sus tierras habían quedado anegadas, pero los dioses les dijeron que el lago les daría su sustento. Y así fue, cantidad de peces nacieron en aquellas aguas cristalinas, hoy contaminadas. Peces como el urápiti, el charari, la acúmera y el thirhus, pescados blancos de exquisito sabor.  Dicen los nativos que el lugar donde cayó la bola de fuego se llama Huecorio, que quiere decir, (lugar de la caída). En este pueblecito hay una roca que aún la llaman La Huecorencha (Lo que cayó). Esta leyenda la van transmitiendo de unos a otros y así se conserva desde muchos siglos atrás, incluso mucho antes de que llegaran los españoles.

                                          Mujeres con velas en Pátzcuaro. Foto: Julie Sopetrán


Y lo cierto es que Pátzcuaro, es una ciudad muy especial. La Casa de los Once Patios, en lo que es parte del Convento de Santa Catalina, allí se  pueden encontrar toda clase de artesanías. La Basílica de Ntra. Señora de la Salud, antigua catedral del siglo XVI, donde está enterrado Vasco de Quiroga, la imagen de la Virgen está hecha de pasta de caña y es muy venerada por los p´urhépechas. El Mercado, la Plaza principal llamada también de Vasco de Quiroga, rodeada de árboles centenarios, con mansiones realmente coloniales, soportales y pórticos que le dan un sabor especial a Pátzcuaro. Sus edificios de adobe y teja armonizan su entrañable paisaje de casas solariegas, antiquísimas. En el Muelle de Don Pedrito tenemos una exhibición de danzas ancestrales y en la noche, en el Lago, una exhibición de los pescadores con sus redes en forma de mariposa.  
                                                 Pescador mariposa en la noche. Foto: Julie Sopetrán
  

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