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jueves, noviembre 18

LA ENTIDAD DE LA MUERTE


LA ENTIDAD DE LA MUERTE


Por Julie Sopetrán


                  Noche de Muertos en Cucuchucho, Michoacán.  Foto: Julie Sopetrán

Otra vez hemos vuelto a crear un altar, a poner una ofrenda, a dar vida a la muerte. A la Noche de Muertos. Otra vez es vivir en el tiempo y la forma lo semejante y lo propio. Acudir, a un entierro, y compartir el dolor con la familia, el adiós definitivo a un ser querido, no tiene ninguna gracia, pero todo depende de cómo lo reflexiones y lo mires.
El sacerdote habla de la fe y a mi me impresiona la mudez, la palidez, el gesto implacable del héroe. Porque sin duda hay que llamar héroe al que muere dignamente en su casa y atendido por su familia. La heroicidad no está en morir sino en morir bien, y así lo entiende también el pueblo p´urhépecha.
Cuando asistes a un entierro regresas a casa cansada, como si alguien se te hubiera pegado a la espalda y te aplastara el ánimo. Después piensas: “¡Levanta la cabeza, sueña otra vez, vive, baila, sonríe, ponte la máscara de los viejitos...!”

Danzante, Muelle de Don Pedrito, Pátzcuaro 2010. Foto: Julie Sopetrán

Y te dejas dormir lentamente entre los murciélagos otoñales de una siesta placentera.
La muerte es todo aquello que destruye, me digo al despertar. Toda exageración anula la luz y así sobrevivimos a la tristeza que nos rodea por los cuatro costados del mundo. La muerte es dar publicidad a lo que a nadie le importa. Como puede ser la idiotez de un divorcio preparado para cobrar una exclusiva en TV. La inestabilidad, la prepotencia, muchas veces nos define y es el sacrificio aceptado el que parece iluminar la estancia. La materia se deshace y los rosados huesos de la calavera, o las manos de palo de La Pelona parecen tocar el tambor del tiempo.
Y en ese sonido dulce-amargo, me pierdo entre las brumas del sentimiento más cálido. Nadie mejor que tú lo sabe, amigo lector, porque igual que yo, hoy, sientes en tus carnes la definitiva ausencia de lo que era y no es, estaba y se fue.
Los pueblos primitivos lo sentían de otra manera. Al llegar de México y celebrar con ellos, los que quedan, la fiesta de la muerte, pienso de otra manera. Me contagia el culto de los volcanes, del fuego, y me siento “quemadora”, como ellos, quemadora de tanta memez e inutilidad reinante, de leñas pasadas y secas que ya no pueden brotar en mis sentidos. No sé quien era Curicaueri, sólo sé que quemaba la leña de sus montes, era un dios hambriento de fuego, y las gentes le llevaban leña para quemar. De tanto quemar no sé si era o estaba negro…  Yo quiero quemar leña de injusticias, de hipocresías, de lamentos falsos. En esa multitud de dioses y diosas del mundo michoaque, Cuerauáperi, diosa de la vida y de la muerte, conocía ya este dolor ardiente que causa la ausencia de la verdad, de la armonía de vivir y compartir lo que somos y lo que tenemos. La muerte no tendría importancia si nos amaramos. Ante la falta del ser querido, quemamos la impotencia de todo aquello que le faltó, nuestra dignidad es el fuego, y es ella, la diosa, la que nos trae la lluvia, la que nos da las mieses y las semillas para volver a labrar una tierra nueva, y así distraer nuestras hambres, nuestro dolor ante esa inconformidad que muchos padecemos. De esa forma, celebrando la muerte, parece que tuvieran fundamento y, a la vez fueran libres nuestros recuerdos. ¿Cómo podríamos desmaterializar el beso cuando el Amor se arraiga en los labios?  Después, en muchas tumbas vemos a la Virgen de Guadalupe, Ella es la diosa moderna que también nos conforta y nos conforma.
La muerte nos hace saber que nada dura más de un siglo y que sólo la luz tiene sentido en nuestra noche. Por eso es el espíritu el que susurra en el aliento. El que vuelve a visitarnos. Son los colores vivos los que nos recrean, es la fotografía la ventana más fuerte, más cálida, más nostálgica que nos hace  recuperar la sonrisa en el altar de la Noche de Muertos.
                Niña encendiendo su vela en la Noche de Muertos en Zurumútaro. 2010. Foto: Julie Sopetrán

Son las flores, las ofrendas, los panes, los que dan carácter y fuego a los sentidos, es la vela encendida la que oscila su mano hacia todos los polos y nos lleva, nos lleva y nos trae hacia el centro de todos los misterios.
La oferta es ofrenda de camino y de caminante. Resucitamos en cada acoso publicitario. Confirmamos la esencia de nuestros suspiros cuando nos unimos como hermanos para hacer fuerza, para  parir la paz en este bosque perturbador del mundo.
Damos vida a la muerte, porque creemos en la civilización, en la hermandad, en la historia ancestral, en ese Amor que dura más de un día. Es cierto que el cuerpo está corrupto, es cierto que la masa duerme, que la voluntad pertenece a un mundo encantado, que la justicia se esconde entre los más grandes intereses del orden y el manejo espectacular del dinero, que nuestras mentes ya son casi robots  manipulados por meras simples palabras sumergidas... Aún así, teniendo el conocimiento de la causa, sabiendo que somos víctimas del más triste fracaso cultural, humano, es preferible soñar, dejarnos llevar por el instante de la fiesta, muerte iluminada, muerte alegre,mística contemplacíón de la noche que nos libera de la esclavitud y nos hace florecer las ideas en la implacable autenticidad de lo real. 




                                                         (Articulo publicado en el periódico bilingüe La Oferta Review, San José, California, con motivo de la celebración que la comunidad mexicana
prepara cada año en honor a la muerte. Octubre 14, 2003. Revisado 2010.)

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