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sábado, junio 4

LOS COLORES DE MÉXICO


Texto y fotos de Julie Sopetrán

Mula cargada de flores en Morelos

La primera vez que visité México, me llamó mucho la atención los colores, la intensa luz, las paredes de muchas casas pintadas a lo vivo, la variedad de flores. Entonces supe, que Europa se quedó muy retrasada en jardines, en invernaderos, en cantidades de flores cultivadas. Los jardines indígenas fueron muy anteriores a los que nos ofrece Italia, Inglaterra, Francia…
Mulas cargadas de campasúchil, papayas abiertas sobre las mesas familiares, jitomates, globos, artesanías populares, México además de sabor es color.

Papaya

En Michoacán, conocí la amapola morada, la camelina, el cempasúchil, la fucsia, el crisantemo gigante, la espuelita de varios colores, las blancas y amarillas mascotas, los colores encendidos de las begonias, los alcatraces, los cocomites que sólo abren un día y desaparecen, las nasturcias, las manitas y tantos y tantos nombres nuevos para mí y viejos para los nativos de estas tierras… Como la rosa, los nardos, la flor de Nochebuena, conocida como “cuetlaxóchitl”, usada como colorante, porque teñía de púrpura y amaranto las fibras de algodón. Las dalias, la rosa laurel, llamada también “cacaloxótil”; el girasol, la hierba del burro y las maravillosas orquídeas...  Tantas y tantas flores originarias de México. Original es la rosa de Guadalupe, de color beige y las españolas que allí llaman de Castilla, traídas y llevadas por los conquistadores. El mismo Cortés lo describe cuando habla de los mercados de flores.

Y es que en todos los lugares de México hay flores, en aquellos más pobres y en los más ricos, porque la naturaleza no distingue condiciones sociales.
Las buganvillas están por todas partes. Aunque dicen que la flor más preciada en México es la dalia, a la que los aztecas veneraban, “xicamiti”, planta que, Vicente Cervantes, envió a España en 1784. Pero si alguna flor es originaria de México, es el nardo, tan madrileña, pero aún más mexicana, ya que a España, la llevaron de México.


La orquídea es otra de las flores nativas, pues sólo en Chiapas, existen más de setecientas especies diferentes.  Creo que merece la pena visitar México sólo por contemplar sus flores. No sólo en Michoacán, también en Morelos, Cuernavaca es un auténtico jardín, por la ciudad, cuando yo la visité, volaban las mariposas, tanto en calles como en plazas y jardines. En Puebla, en Tlaxcala, en Oaxaca, en Acapulco, en Guanajuato, en Jalisco y hasta en la misma ciudad de México.

                                                Una de las esculturas mostradas en una calle de Morelia - Día de Muertos

La naturaleza allí desborda su esplendor, yo la siento más pura y conservada que la nuestra. Para observar estos colores de México, sólo basta visitar en Octubre los cementerios, la fiesta del primero de Noviembre con la flor de cempasúchil ya nos cambia la idea tétrica de la muerte. Sin duda el color dorado transporta más allá de la luz, los pétalos haciendo caminos en los portales, en las calles, en las casas, es una verdadera orgía de vida y esperanza.

Figuritas de dulce mostradas por Doña María del Carmen en Santa Fe de la Laguna (Michoacán)

Monctezuma entabló una guerra al cacique de Tlachquiauco Malinal, porque le negó una flor de tlalixquixóchitl…
En 1428 – 1440, durante el gobierno de Izcóati, en Chapultepec ya existían jardines sabinos y ahuehuetes, tal vez por ello, las flores son no sólo el color sino la ilusión y la alegría de las gentes de México.

Guanajuato uno de los 17 jardines que representan a diversos países

Coatlicue es la diosa azteca de la tierra y la fecundidad, su nombre en nahuatl significa “Señora de la Falda de Serpientes”. Su falda estaba hecha de serpientes y su collar ostentaba los corazones de las víctimas sacrificadas. Es un mito muy curioso. Era una diosa feroz, sedienta de sacrificios humanos, se asemejan sus garras afiladas al jaguar, el animal sagrado.  Su figura es antropomorfa, las serpientes la cubren y simboliza también a la humanidad. Se encontró en 1790, su monolito que fue hallado en el Zócalo de la Ciudad de México, en el lado sur del Palacio Nacional a una calle del templo de Tezcatlipoca.

La diosa azteca Coatlicue

Uno de los primeros jardines de México fue el de Texcoco, data del siglo XV, Netzahuelcóyoti, lo mandó construir en la roca, recreándose en las flores sobre los quinientos veinte peldaños de la escalera que, este rey poeta de los alcolhúachichimecas, mandó construir en la roca. Podemos imaginar la exhuberancia de aquellas plantas y la variedad de colores adornando las cascadas, las terrazas, los mármoles y cada rincón de este lugar mágico…

Jitomates

Lugar de ensueño, como aquel otro jardín del “Cerro de la Langosta” en el bosque de Chapultepec o aquel otro jardín de Xochimilco. Sin olvidarnos del Señor de Ixtapalap, o el de Huaxtepec y tantos y tantos rincones de las aldeas donde nunca faltan las flores.

Alcatraces o calas

Reconozco que me encantan los alcatraces, lo que en España llamamos calas, para mí son como cucuruchos de nieve a corazón abierto, flor callada, ornamental, de arácea estirpe, parece una flecha tirada al viento de los sueños, es dulce y sensual, flexiblemente acuática, se ven en los mercados como flechas de luz caídas en el barro húmedo de las milpas; es verdad que los alcatraces me dan la sensación de la tristeza, son como la noche o el atardecer, pero sí, a la vez son el día donde se esconde el oro de los presentimientos…

Calaveritas de dulce


¡Oh! Flor, desde tu rostro, se eleva mi espíritu.

¿Y quien guarda tus amores?
Las flores.
¿Qué pasa cuando las miras?
Suspiras.
¿Quién sacia tus embelesos?
Los besos.
Así cuando el jardín canta
al alba de los excesos…
La brisa entona murmullos:
flores que suspiran besos.
Julie Sopetrán





domingo, mayo 29

HOY IGUAL QUE AYER

De vez en cuando voy a intercalar entre mis pequeños reportajes dedicados a México, uno que otro poema inspirado en la gran riqueza cultural de este país, poemas de mi propia cosecha que deseo compartir con vosotros.

La sangre de los mártires revolucionarios fertilizando la tierra. 1926-7 - Fresco - 2,44 X 4,91 Universidad Autónoma de Chapingo (México)  de Diego Rivera

Envueltos en sarapes rojos
Debajo de la tierra. En la milpa
El maíz suda sangre
Y me duele, me duele el barro
Los girasoles lloran por Emilio Zapata
Por el Maestro rural Otilio Montaño
Lloran por los caídos, por los que se quieren levantar
Y no pueden. Lloran por los que no saben por qué murieron
Pero lo hicieron con honor, con rabia, buscando la justicia
Los girasoles lloran y ríen
Su sonrisa es dorada por los que renacen
Por los transfigurados
Por los que fecundan la tierra mexicana
La tierra de donde sea. De los que se inmolan.
Milpas de luchadores
Es la sonrisa dulce de lo que no ha sucedido en vano
Fertilizante humano de la parcela con sabor a sangre
A sacrificio, a entrega, a inmolación por lo ideal sagrado:
Las patrias. Yucatán. Altamira. Mayas. Iberos… tantos.
Sólo el Amor es revolucionario
Los girasoles danzan
Es el movimiento de la historia, el proceso permanente,
El cambio, las revueltas, los ciclos, las transformaciones.
Los levantamientos, la agitación, la inquietud, la conmoción,
El vaivén, el resurgir de un pasado glorioso
Meso América, los abuelos, las ganas de vivir mejor siempre
Siempre la danza de los girasoles dando la espalda al tiempo no vivido
Otilio Montaño, redactando aquel manifiesto de 1910 (Plan de Ayala)
Y ahí está envuelto en sarape rojo, abonando la tierra de México
De cualquier parte, podría ser otro nombre en mi tierra o en la tuya
Y en vez de mural podría ser capricho: Rivera, Goya, quien sabe cuántos artistas… Girasoles que danzan.
Que abren su ventana a la luz, todo es misterio, pero luz
Luz circular para los hambrientos
Y ayer como hoy: los ricos, los pobres, todos en lucha
Es la Alegoría de Chapingo entre el maíz que llora, sonríe, danza…
Flor de luz para los que no ven los pétalos
Es la revolución. Ayer como hoy. Los cuerpos enterrados
El estiércol alquímico que pisan los políticos cuando juegan al golf
Sangre que es oro. Oro que es luz. Luz que es semilla sin fin
Que germina porque la sangre, como el Amor, son revolucionarios
Hoy, igual que ayer
En la milpa. En cualquier parte.

©Julie Sopetrán

Publicado en ttp://www.lacasadeasterion.net?museo_id=114

sábado, mayo 21

LA FIESTA DE LA GUELAGUETZA




Texto y fotos: Julie Sopetrán


Oaxaca en náhuatl Huaxyácac, procede de huaxin, que quiere decir árbol leguminoso, guaje, es como una especie de acacia. Y yacatl, significa nariz o cima, por lo tanto tenemos el significado de "En la cima o en la meseta de los guajes". 
En esos bosques  de guajes es donde se fundó la ciudad de Oaxaca.  La parte occidental corresponde al elemento llamado Continental y el Oriente al elemento Istmico.   Son los cerros y picachos los que dan más valor a los valles pintorescos de esta región, las comarcas más definidas son las Mixtecas, el Valle de Atoyac, la Sierra, los valles Coatzacoalcos y los del Papaloapan.
Cuando llegué a Oaxaca sentí algo muy especial, tal vez era el clima, como si una mano de brisas relajara tu cuerpo. No hacía ni frío ni calor era un ambiente templado, subecuatorial, que me hacía flotar en el ambiente. Me encontraba en el mismo corazón de uno de esos valles, el del Otoyac. Lo que más me llamó la atención fue, además de la belleza y las flores, el trato de la gente, las calles anchas y rectas, sus notables edificios, su Catedral, sus palacios, el Templo de Santo Domingo, La Soledad... tantas cosas, pero sobre todo, la amabilidad de sus moradores de herencia mixteca, zapoteca y muchos más "ecas" notables y fascinantes.


Nos invitaron a una pequeña fiesta de Guelaguetza, no era el mes de julio, visité Oaxaca en Noviembre y me hablaron de la importancia que esta región le da a tan significativa ceremonia de danza, baile, canto, reunión de gentes, ofrenda de comidas y exhibición de trajes, hasta más de 400 diferentes, trajes norteños y de las tehuanas bordados todos en hilo o pedrería. No sólo trajes, los rebozos de hilo de seda y una gran variedad de atuendos de cada lugar de esta hermosa región.
También se la llama "La fiesta de los Lunes del Cerro". Dicen que su origen viene de las ofrendas que los nativos hacían a la Diosa Centeótl, que era la Diosa del Maíz y lo hacían allí en el Teocali de los entonces aztecas. El rito consistía en ofrecer una doncella en sacrificio a esta Diosa para así obtener la fertilidad de los campos.  El Teocali estaba situado en las mismas faldas de este Cerro del Fortín, llamado también Daninayaoloani, que quiere decir cerro con una hermosa vista, aunque luego lo llamaron de muchas formas diferentes, como de la Soledad.


Llegaron los monjes franciscanos y los dominicos y destruyeron de una vez el teocali y allí pusieron su iglesia y a la Virgen del Carmen que sustituyó definitivamente a la Diosa Centótl. Aunque en el fondo, las dos todavía ocupan el corazón de Oaxaca. Desde 1932, cuando se celebraba el cuarto centenario de la cédula real que le dio a Oaxaca el rango de ciudad, es cuando comenzó esta fiesta dedicada especialmente a las razas, la celebración trataba de recuperar las tradiciones prehispánicas y desde entonces, no han cesado, cada año se celebra con mayor esplendor esta ceremonia indígena cien por cien, que se llama Guelaguetza. Y es la familia el mayor tesoro de cualquiera de sus danzas, todos están implicados en participar. Guelagutza es una palabra zapoteca que significa: compartir, celebrar juntos algo importante, ofrenda, darte lo que tengo: simpatía, cariño, casa, cooperación, entrañable amor.



No creo que exista en el mundo ceremonia tan colorista, tan íntima, tan llena de calor humano y de alegre sentido de la vida. Y para muestra un botón, si esta miniguelaguetza, era así, ¿cómo sería la original? Pues me dijeron que no sólo se ofrecen bailes,  música, comida, se admiran las bellezas de México y la gracia de la ciudad y de la gente. En 1953 se unieron dos fiestas: la Guelaguetza y las fiestas de los Lunes del Cerro y así fue como quedó marcada en estrecho lazo de convivencia. Luego en el año 1974 se exhibían en el petatillo, que es una explanada natural del cerro.


El Gobernador del Estado, Lic. Fernando Gómez Sandoval, lo inauguró definitivamente como el Auditorio de la Guelaguetza, un teatro al estilo griego, al aire libre que da cabida a más de once mil espectadores. Los jarabes, los cohetes, las marmotas, los platos típicos, el desfile de las delegaciones, todo tiene un aire multicolor, dinámico, las chinas oaxaqueñas, las Chilenas de Pinotepa Nacional, los Sones Serranos, las mujeres de Papaloapan, los Mazatecos, toda la belleza indígena, hace acto de presencia en las calles, los innumerables turistas llegados de todo el mundo, cámaras, voces, músicas se mezclan y las treinta señoritas ataviadas con sus trajes regionales mezclan sus voces hablando un español perfecto y un lenguaje indígena impecable dando realce al origen de sus raíces, no se sabe cual de las treinta lo hace mejor.


Así me comentaban mientras yo disfrutaba de un folklore delicioso en esta imitación tan original de un día festivo e inolvidable. Después de la disertación, el pueblo aplaude, me cuentan. Es la belleza indígena en competición amable, se da a conocer la ganadora y comienzan las cuatro representaciones de Bani-Stui-Gulal, una especie de teatro histórico. La Danza de los Guerreros Jóvenes; la Danza de las Vírgenes; los Cuatro Vientos de la Muerte; y el sacrificio de la Diosa Centeótl. La Danza de la Tortuga, de los huaves de la región del Istmo... En la segunda parte se representa el cuadro de la religión católica y su lucha contra los dioses de piedra. Aquí admiramos la Danza de la pluma, que es la escenificación de la lucha entre Moctezuma y Cortés, visualización de los pueblos del valle de Oaxaca.



La tercera parte habla de la independencia de Oaxaca, se exhiben juegos, escenas del campo, de los trabajadores, de la vida cotidiana. Y aquí contemplamos la imaginación del pueblo con su danza de la Flor de la Piña y su esplendida coreografía moderna. El último acto es tal vez el más bello, los trajes regionales, cada valle exhibe su color, su encanto, su plástica, su poesía... Se acaba con una exhibición de fuegos artificiales, cohetes chiflados, bombas crisantemo, castillos con letras, ruedas cantarinas, y mientras tanto no falta en ningún momento la comida: las entomatadas, los tasajos asados,  los tamales hechos con hojas de plátano, totomoxtle, del atole, las enfrijoladas, el tejate, nicuatole, la cecina enchilada, las quesadillas, dulces de nieve, el chocolate atole, el mezcal y no hay que olvidar las memelas de asiento de las frituras de carne de puerco y los dulces, como las trompadas, pepitorias, pirulñís, turrones y mamones, cocadas, gollorias, jamoncillos de coco...


Se siente en cada calle lo natural indígena en abrazo íntimo con el mestizaje. Los cinco sentidos se avivan, la marimba, la chirimía,  las mañanitas, el canto, el rezo, la Tortolita Cantadora, los zapateados de las chilenas, los coros de la canción mixteca, la orquesta sinfónica que nos remansa y alegra los oídos con esa armoniosa prosodia de sus dieciséis lenguas diferentes, contándonos sus historias y mitos. Es el olor que se aviva, el humo del copal, el perfume de las flores, los frutos paradisíacos, el olor de la gente tan cercana... Es la vista que celebra la vida, los trajes chinantecos o ixcatecos, todos diferentes, sus penachos, sus telas multicolores,  las artesanías, los danzantes, las vestimentas, los actos religiosos, los enormes muñecos de tela y cartón, los gigantes y cabezudos, la calenda infantil, las mujeres de los mercados, el barroco, los paisajes...Es el tacto que fluye sólo con pisar su tierra, los callejones, las calles, la brisa que te envuelve, las texturas del arte, el corazón que late más fuerte y más dulce, la mano y el abrazo.


Lo que fue Convento es Plaza de la Danza, desde las seis de la mañana, va llegando la gente, a las diez ya está todo lleno, llegan las autoridades, todo un día de gozo y por la noche la leyenda... "Donají..." la princesa zapoteca que se entregó en calidad de rehén a los mixtecas para que hubiera paz en los Valles Centrales. Ella fue fiel a los suyos, atacan, la rescatan, la decapitan los raptores y queda el amor de su vida el príncipe mixteco Nucano. El mes de Julio no terminará nunca en el tiempo después de haber vivido esta fiesta y haber sentido el trato amable de las gentes de estos valles. Después de haber oído todas estas cosas, yo pensé que Oaxaca tiene todas las virtudes para ofrecer al mundo un alto nivel de calidad de vida. Por algo es una ciudad, un lugar Patrimonio de la Humanidad, y por algo me sacude la idea de volver, para vivir esta fiesta al rojo vivo, en cualquier otro momento, pero que coincida con esta fiesta de la Guelaguetza en el mes de Julio. Me lo he prometido.
Adjunto el link que uno de los lectores de esta página, Heckennedy, me ha enviado y podemos ampliar en el video y la información adjunta, el conocimiento de esta incomparable fiesta para posibles visitantes.

http://www.guelaguetza2011.com/
       

viernes, abril 29

¿QUE ES UN TIANGUIS?


Texto y Fotos: Julie Sopetrán

En Tlacolula de Matamoros. Tianguis.

Un tianguis es un mercado. La palabra tianguis, procede del náhuatl tianquiztli que significa mercado público. Es un lugar de vendedores ambulantes, es una feria de trueque, de compra y venta. Pero sobre todo el tianguis es un lugar de encuentros, de familias, de disfrute entre parientes, es el motivo o el pretexto para relacionarse, o sea un lugar humano, festivo y  alegre.
El tianguis es y ha sido siempre, el espacio social y cultural del indígena. Antiguamente estos mercados se hacían en el centro de las ciudades. Cuando llegaron los españoles a México, se quedaron muy sorprendidos por lo bien organizados que estaban los indígenas con respecto al comercio.



En México el vendedor ambulante es gente muy trabajadora, está muy bien aceptado por la sociedad y suele ser gente de confianza. Es un grupo  que vive en peores condiciones y aunque dicen que tiende a desaparecer, los mercados de México son los más grandiosos que yo he conocido, ni siquiera el Gran Bazar de Estambul los iguala. Este mercado ha existido siempre en Meso América, es como un arco iris de relaciones humanas, data de tiempos inmemoriales, siglos antes de la llegada de los españoles.
La única plaza de la ciudad de México en el siglo XVI, la plaza mayor, allí se situaba el mercado más grande de la Nueva España. El tianguis es un verdadero acontecimiento social donde agricultores, artesanos y  comerciantes ofrecen sus productos a la población. Su tradición y su herencia son la tradición y la herencia indígena por excelencia. Hablando de estos mercados, Pablo Neruda lo dijo muy bien: “Son los más hermosos del mundo”, y así lo creo.



Existen también los Tianguis Turísticos, a la que he sido invitada varias veces. Este año ha sido el número 36 y es uno de los eventos más representativos de los profesionales de la industria turística de México. Es algo semejante a lo que en España llamamos FITUR.    Se celebra en el puerto de Acapulco y asisten representantes de todo el mundo.
Pero volviendo a los tianguis de los que hablaba anteriormente, entre los varios que he recorrido en México, recuerdo el de Ocatlán de Morelos. El de Mitla, el de Teotitlán del Valle y este de Tlacolula, en Oaxaca y cómo no recordar los de Tehuantepec en el Istmo. En la ciudad de México, el de La Merced, me impactó el de Sonora, un mercado tan grande como puede ser la ciudad entera de Guadalajara, España. El de Coayacán y San Ángel… Los de Michoacán, en Pátzcuaro, y tantos lugares donde el tianguis es no sólo el cuerpo sino el alma de México.

                                                               Mercado en Cuernavaca. Foto: Julie Sopetrán

Antes voceaban de calle en calle los camotes, la calabaza y la gelatina para el desayuno.  También van desapareciendo las voces que anunciaban la venta de periódicos o los vendedores de nieve de limón, de piña, de fresa, de guanábana, de pastiche o tamarindo. Pero en los mercados no faltan las famosas “agüitas”.  En todas partes, y en México también, ya no van por las calles comprando ropas viejas, periódicos usados o leídos ni vendiendo carbón.  Todo eso se fue, pero no los tianguis.
Estos mercados aumentan, todo está lleno de puesteros que venden de todo en cada plaza o esquina, en cada sitio al aire libre, en cada lugar de nuestro México lindo y en cada día de la semana. 
Desde las verduras más frescas recién recogidas en las milpas, frutas, pollos muertos y desplumados, carnitas, trozos de carne de res y de puerco, son esos mercados fijos de los que también disfrutamos en España. A través de ellos nos damos cuenta de la importancia que tiene la cocina mexicana, con sus productos frescos, el maíz, los nopales, la calabaza, el tomate, los aguacates, el chile, el chocolate, la canela, la vainilla, tantos productos originaros de México que después llegaron a Europa y el resto del mundo. Pero los otros, los tianguis que también tienen sus días y sus lugares fijos, o los que van sobre ruedas o los que abren a diario, están a flor de tierra, de calle, de lugar abierto a los turistas, a los ciudadanos, al mundo. 
No puedo dejar de mencionar las tiendas de abarrotes, para nosotros tiendas de ultramarinos, o tiendas de pueblo, donde se encuentra de todo lo que pidas. Histórico es el mercado de la Lagunilla que lo dividieron en cuatro partes, uno para semillas,  pescado y aves, frutas y legumbres; otro para muebles; otro para ropa y telares y otro para puestos más fijos. Tantos mercados y tantas especialidades que no se puede abarcar su diversidad.
Los supermercados que lo invaden todo aparecieron en México por los años treinta y cuarenta, como Sumesa, luego llegaron cadenas como Gigante o Comercial Mexicana y los hipermercados, pero nada ha suprimido al mercado indígena.
El tianguis es una exhibición bestial de todo lo que se pueda uno imaginar para ver, oír, oler, gustar y tocar.  Un verdadero lujo de mercancías, además de comidas, bebidas, música, petates y cazuelas, artesanías, vestidos, muebles, semillas, lana, chiles,  panes, cueros, molcajetes, velas,  artículos típicos,  dulces y chocolates, especias, sombreros, comales, calzados, yerbas medicinales, condimentos, huaraches y sarapes, flores, recuerdo una carretilla de dalias y un guajolote en el suelo, cerdos o como diríamos en España, cochinillos recién destetados… animales, cosas, muchas cosas y todas son un vivo exponente de la cultura mexicana.

                                                                          Tianguis en Zacan. Michoacán. Foto: Julie Sopetrán

Haciendo un recorrido por Michoacán, tengo que recordar sobre todo, los tianguis de su riqueza artesanal como en Zinapécuaro, Uruapan, Pátzcuaro, Paracho donde se hacen las guitarras y su tianguis es una verdadera orgía de productos. Angahuan, Santa Clara del Cobre, Zacán… Por citar algunos de estos tianguis inolvidables que he visitado en Michoacán en muchas plazas y rincones.
De la misma forma que hay tianguis especializados, en comida, en vestidos, en frutas de la tierra, en artesanías, los hay también de animales del campo. Recuerdo el de Tlacolula de Matamoros, situado en los valles centrales, descendientes de Zapotecas, en el Estado de Oaxaca, a pesar que este pueblo tiene su Mercado Público con más de doscientos puestos, es popular su tianguis de “Martín González”. Y también disponen de dos hectáreas de terrero para su mercado de animales al que llaman “el baratillo” donde se truecan distintos tipos de ganado, vacuno, bovino, caballar, caprino, porcino, ovino y asnal. 

                                  Dos Guajolotes en el mercado de Tlacolula, Oaxaca, preparados para el trueque (Foto: Julie Sopetrán)

Creo que fue en fin de semana, domingo, su calle principal kilométrica y alrededores, donde se reúne cantidad de gente de distintas comunidades, gente de los pueblos cercanos que van a vender e intercambiar sus productos que los ponen sobre una manta en el suelo. Llegan de sus rancherías y es tan grande, que puedes perderte con facilidad. Según la ropa que visten, sobre todo las mujeres, con gran colorido, ellas ya saben de donde procede cada vendedora, puede lucir una blusa floreada, falda de lana, una faja roja o un rebozo amarillo... Exhiben objetos de barro, hechos también con carrizo, textil, etc. Es realmente toda una experiencia humana que desborda el espíritu y amplía la mente.
El colorido de México se exhibe en estos mercados con gran riqueza y exhuberancia de brillos y centellas, en cada una de sus formas mostradas, todo es un lujo de colores, todo resplandece como si fuera la verdadera fiesta indígena. En estos  mercados se practica mucho el trueque a las primeras horas de la mañana.

                                                                          Cochinillo recien destetado listo para el trueque.

 
Antiguamente en los tianguis, existían jueces que intervenían en los tratos comerciales, para que hubiese justicia y no engaño. El trueque era la transacción final y se usaban semillas de cacao como dinero. Pero el regateo es importante, si no hay regateo, ni la venta ni la compra es buena. Con mucho respeto, pero hay que “negociar” para que al tianguis no le falte nada y para tener la impresión de que todos han ganado algo en el trato.
He de destacar la importancia que tiene la mujer mexicana en este trabajo del tianguis. En las artesanías. Sin ella no hay color, ni sabor, ni olor a flores, su actividad es esencial, su entrega, su sacrificio, su estar, su vestir, su dedicación, su seriedad y su sonrisa hacen que el tianguis sea eterno en el ir y devenir de México.



Aunque no tengas dinero para comprar nada, o nada para vender, visitar estos tianguis es un verdadero placer, una verdadera experiencia física y espiritual.
Y como en la moraleja del filósofo chino, esta visita  te servirá para que después de pasear el mercado, en forma de meditación y al final del trayecto, cuando ya lo hayas visto todo – si puedes verlo todo- y te sientas cansado, como resumen, podrás sonreír, pensar y saber que en realidad nada necesitas.  O tal vez sí, necesitabas el calor humano de los tianguis, que siempre compensará tu alma con la enseñanza de la gran sabiduría ante el esfuerzo y el trabajo de los pueblos de Meso América.
Eso es algo que todos necesitamos entender aunque nos falte lo material. El trueque es dar y recibir, en suma compartir el momento.

domingo, marzo 27

LA DANZA DE LOS VIEJITOS


  LA DANZA DE LOS VIEJITOS

  Por Julie Sopetran




 
Me llamó tanto la atención ésta forma de interpretar la vida... Según algunos antropólogos, esta Danza se bailaba en los antiguos ceremoniales purépechas, estaba dedicada al dios Viejo, al dios del Fuego y también al dios del Año Huehuetéotl. Los tarascos vivían especialmente en el centro occidental de México. Con la llegada de los españoles la danza se fue transformando y aplicando en la región llamada lacustre de Michoacán, muy rica en músicas y danzas en estas sierras alrededor de Uruapan.


                        Los Viejitos. Foto: Julie Sopetrán

Lo más hermoso de esta danza es su sentido del humor, además de su dinamismo y su entusiasmo. Se necesita ser un artista para saber expresar el movimiento de los pies y los gestos corporales, que distinguen la danza de esa forma tan original, que no se parece a ninguna otra. Pátzcuaro estaba abarrotado de gente, la música era más fuerte que todo lo demás y la danza era el centro de todas las miradas, incluida la mía.

El traje campesino consta de camisa de manta blanca y los calzones haciendo juego, ostentando la parte baja de los calzones que es muy holgada y está toda bordada con mucho primor. Llevan sombrero de ala recta. Las máscaras brillan, están hechas con una pasta de caña de maíz, otros artesanos utilizan el barro y otros la madera para elaborarlas.

                                Foto: Julie Sopetrán


Las facciones de los viejitos son muy sonrientes, burlonas, pícaras, algunos hacen las máscaras desdentadas y con una piel muy rosada o muy blanca, simbolizando a los españoles, a los blancos que envejecen más rápido que los indígenas y suelen ser más achacosos en sus andares. Cuando danzan acentúan mucho sus gestos y los movimientos débiles de la ancianidad, les cuesta dar un paso o doblar la cintura, a la vez les dan golpes de tos, se encorvan y hacen como que tropiezan sin dejar de danzar, expresan muy bien lo que es la vejez, pero de pronto, por arte de magia, se transforman y actúan como si fueran muy ágiles y jóvenes, todo el vigor y la agilidad de la juventud parece inspirarles, zapatean de forma muy estruendosa y se olvidan de su aparente ancianidad muy bien disfrazada y mejor imitada.

                    Mostrando la belleza de sus trajes. Foto: Julie Sopetrán

Lo que quiere decir que detrás de las máscaras hay una gran juventud o un extraordinario bailarín. La música acelera sus compases y el frenesí es tanto, que no distingues por donde van los pies sólo percibes el movimiento. Hay muchas referencias sobre esta danza. Se celebra especialmente en Navidad, dicen que cuando nació Cristo, los más ancianos de este lugar no sabían cómo adorar al Niño Dios, y pensaron que podían danzar delante de él como ofrenda de sus sentimientos y amor.
                                                                   Viejitos cansados después de la danza. Foto: Julie Sopetrán

Dice la leyenda tarasca, que el Niño Dios al verlos danzar, les sonrió y una de las mujeres que allí se encontraban al verlo sonreír al Niño, se lanzó también a bailar con los viejitos. Desde entonces la llaman la Maringuia o Maringuilla, sus pasos son cortos, cuando están danzando los viejitos ella se une al grupo para que el Niño no deje de sonreír. Estas danzas pueden durar muchas horas, hay mucha tradición de padres a hijos que heredan la costumbre de bailar, incluso hacen promesas de bailar mientras vivan y se lo ofrendan a la Virgen Inmaculada Concepción.

                                El movimiento de los pies es espectacular. Foto: Julie Sopetrán

Esta danza se baila especialmente también en la fiesta de la Candelaria, Navidad y siempre que hay motivo para celebrar algo. Algunos danzantes se pasan la noche bailando y el Presidente Municipal está obligado a darles comida, como el pozole, el atole y los buñuelos. Por la mañana ron y cigarros con churipo que es un caldo de res, kurundas y pollo con mole. Todo lo dirige el abuelo que es el Varepití, le acompañan los payasos, los feos, que son los que se burlan de los viejos.

Viejito bailando. Foto: Julie Sopetrán

La música que les acompaña se hace con los violines, el clarinete y la guitarra. Son muchos los detalles y la filosofía que ofrece esta danza, pero lo más importante  es el ejemplo que nos dan al tener ellos, el pueblo tarasco, el conocimiento para afrontar con valor y entereza la idea de envejecer, saber cómo se ríen y como admiten el paso de los años sin vacilar, jovialmente. Nos enseñan a saber gozar mejor la dicha de estar vivos y enfatizar y exhibir lo que es el movimiento, la acción, lo que verdaderamente es trascendente y puede ser vuelo y belleza, no importa la edad, es el ánimo la filosofía dual de la existencia, lo que realmente merece la pena expresar en esta danza y en cualquier otro momento de nuestras vidas.






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