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viernes, abril 29

¿QUE ES UN TIANGUIS?


Texto y Fotos: Julie Sopetrán

En Tlacolula de Matamoros. Tianguis.

Un tianguis es un mercado. La palabra tianguis, procede del náhuatl tianquiztli que significa mercado público. Es un lugar de vendedores ambulantes, es una feria de trueque, de compra y venta. Pero sobre todo el tianguis es un lugar de encuentros, de familias, de disfrute entre parientes, es el motivo o el pretexto para relacionarse, o sea un lugar humano, festivo y  alegre.
El tianguis es y ha sido siempre, el espacio social y cultural del indígena. Antiguamente estos mercados se hacían en el centro de las ciudades. Cuando llegaron los españoles a México, se quedaron muy sorprendidos por lo bien organizados que estaban los indígenas con respecto al comercio.



En México el vendedor ambulante es gente muy trabajadora, está muy bien aceptado por la sociedad y suele ser gente de confianza. Es un grupo  que vive en peores condiciones y aunque dicen que tiende a desaparecer, los mercados de México son los más grandiosos que yo he conocido, ni siquiera el Gran Bazar de Estambul los iguala. Este mercado ha existido siempre en Meso América, es como un arco iris de relaciones humanas, data de tiempos inmemoriales, siglos antes de la llegada de los españoles.
La única plaza de la ciudad de México en el siglo XVI, la plaza mayor, allí se situaba el mercado más grande de la Nueva España. El tianguis es un verdadero acontecimiento social donde agricultores, artesanos y  comerciantes ofrecen sus productos a la población. Su tradición y su herencia son la tradición y la herencia indígena por excelencia. Hablando de estos mercados, Pablo Neruda lo dijo muy bien: “Son los más hermosos del mundo”, y así lo creo.



Existen también los Tianguis Turísticos, a la que he sido invitada varias veces. Este año ha sido el número 36 y es uno de los eventos más representativos de los profesionales de la industria turística de México. Es algo semejante a lo que en España llamamos FITUR.    Se celebra en el puerto de Acapulco y asisten representantes de todo el mundo.
Pero volviendo a los tianguis de los que hablaba anteriormente, entre los varios que he recorrido en México, recuerdo el de Ocatlán de Morelos. El de Mitla, el de Teotitlán del Valle y este de Tlacolula, en Oaxaca y cómo no recordar los de Tehuantepec en el Istmo. En la ciudad de México, el de La Merced, me impactó el de Sonora, un mercado tan grande como puede ser la ciudad entera de Guadalajara, España. El de Coayacán y San Ángel… Los de Michoacán, en Pátzcuaro, y tantos lugares donde el tianguis es no sólo el cuerpo sino el alma de México.

                                                               Mercado en Cuernavaca. Foto: Julie Sopetrán

Antes voceaban de calle en calle los camotes, la calabaza y la gelatina para el desayuno.  También van desapareciendo las voces que anunciaban la venta de periódicos o los vendedores de nieve de limón, de piña, de fresa, de guanábana, de pastiche o tamarindo. Pero en los mercados no faltan las famosas “agüitas”.  En todas partes, y en México también, ya no van por las calles comprando ropas viejas, periódicos usados o leídos ni vendiendo carbón.  Todo eso se fue, pero no los tianguis.
Estos mercados aumentan, todo está lleno de puesteros que venden de todo en cada plaza o esquina, en cada sitio al aire libre, en cada lugar de nuestro México lindo y en cada día de la semana. 
Desde las verduras más frescas recién recogidas en las milpas, frutas, pollos muertos y desplumados, carnitas, trozos de carne de res y de puerco, son esos mercados fijos de los que también disfrutamos en España. A través de ellos nos damos cuenta de la importancia que tiene la cocina mexicana, con sus productos frescos, el maíz, los nopales, la calabaza, el tomate, los aguacates, el chile, el chocolate, la canela, la vainilla, tantos productos originaros de México que después llegaron a Europa y el resto del mundo. Pero los otros, los tianguis que también tienen sus días y sus lugares fijos, o los que van sobre ruedas o los que abren a diario, están a flor de tierra, de calle, de lugar abierto a los turistas, a los ciudadanos, al mundo. 
No puedo dejar de mencionar las tiendas de abarrotes, para nosotros tiendas de ultramarinos, o tiendas de pueblo, donde se encuentra de todo lo que pidas. Histórico es el mercado de la Lagunilla que lo dividieron en cuatro partes, uno para semillas,  pescado y aves, frutas y legumbres; otro para muebles; otro para ropa y telares y otro para puestos más fijos. Tantos mercados y tantas especialidades que no se puede abarcar su diversidad.
Los supermercados que lo invaden todo aparecieron en México por los años treinta y cuarenta, como Sumesa, luego llegaron cadenas como Gigante o Comercial Mexicana y los hipermercados, pero nada ha suprimido al mercado indígena.
El tianguis es una exhibición bestial de todo lo que se pueda uno imaginar para ver, oír, oler, gustar y tocar.  Un verdadero lujo de mercancías, además de comidas, bebidas, música, petates y cazuelas, artesanías, vestidos, muebles, semillas, lana, chiles,  panes, cueros, molcajetes, velas,  artículos típicos,  dulces y chocolates, especias, sombreros, comales, calzados, yerbas medicinales, condimentos, huaraches y sarapes, flores, recuerdo una carretilla de dalias y un guajolote en el suelo, cerdos o como diríamos en España, cochinillos recién destetados… animales, cosas, muchas cosas y todas son un vivo exponente de la cultura mexicana.

                                                                          Tianguis en Zacan. Michoacán. Foto: Julie Sopetrán

Haciendo un recorrido por Michoacán, tengo que recordar sobre todo, los tianguis de su riqueza artesanal como en Zinapécuaro, Uruapan, Pátzcuaro, Paracho donde se hacen las guitarras y su tianguis es una verdadera orgía de productos. Angahuan, Santa Clara del Cobre, Zacán… Por citar algunos de estos tianguis inolvidables que he visitado en Michoacán en muchas plazas y rincones.
De la misma forma que hay tianguis especializados, en comida, en vestidos, en frutas de la tierra, en artesanías, los hay también de animales del campo. Recuerdo el de Tlacolula de Matamoros, situado en los valles centrales, descendientes de Zapotecas, en el Estado de Oaxaca, a pesar que este pueblo tiene su Mercado Público con más de doscientos puestos, es popular su tianguis de “Martín González”. Y también disponen de dos hectáreas de terrero para su mercado de animales al que llaman “el baratillo” donde se truecan distintos tipos de ganado, vacuno, bovino, caballar, caprino, porcino, ovino y asnal. 

                                  Dos Guajolotes en el mercado de Tlacolula, Oaxaca, preparados para el trueque (Foto: Julie Sopetrán)

Creo que fue en fin de semana, domingo, su calle principal kilométrica y alrededores, donde se reúne cantidad de gente de distintas comunidades, gente de los pueblos cercanos que van a vender e intercambiar sus productos que los ponen sobre una manta en el suelo. Llegan de sus rancherías y es tan grande, que puedes perderte con facilidad. Según la ropa que visten, sobre todo las mujeres, con gran colorido, ellas ya saben de donde procede cada vendedora, puede lucir una blusa floreada, falda de lana, una faja roja o un rebozo amarillo... Exhiben objetos de barro, hechos también con carrizo, textil, etc. Es realmente toda una experiencia humana que desborda el espíritu y amplía la mente.
El colorido de México se exhibe en estos mercados con gran riqueza y exhuberancia de brillos y centellas, en cada una de sus formas mostradas, todo es un lujo de colores, todo resplandece como si fuera la verdadera fiesta indígena. En estos  mercados se practica mucho el trueque a las primeras horas de la mañana.

                                                                          Cochinillo recien destetado listo para el trueque.

 
Antiguamente en los tianguis, existían jueces que intervenían en los tratos comerciales, para que hubiese justicia y no engaño. El trueque era la transacción final y se usaban semillas de cacao como dinero. Pero el regateo es importante, si no hay regateo, ni la venta ni la compra es buena. Con mucho respeto, pero hay que “negociar” para que al tianguis no le falte nada y para tener la impresión de que todos han ganado algo en el trato.
He de destacar la importancia que tiene la mujer mexicana en este trabajo del tianguis. En las artesanías. Sin ella no hay color, ni sabor, ni olor a flores, su actividad es esencial, su entrega, su sacrificio, su estar, su vestir, su dedicación, su seriedad y su sonrisa hacen que el tianguis sea eterno en el ir y devenir de México.



Aunque no tengas dinero para comprar nada, o nada para vender, visitar estos tianguis es un verdadero placer, una verdadera experiencia física y espiritual.
Y como en la moraleja del filósofo chino, esta visita  te servirá para que después de pasear el mercado, en forma de meditación y al final del trayecto, cuando ya lo hayas visto todo – si puedes verlo todo- y te sientas cansado, como resumen, podrás sonreír, pensar y saber que en realidad nada necesitas.  O tal vez sí, necesitabas el calor humano de los tianguis, que siempre compensará tu alma con la enseñanza de la gran sabiduría ante el esfuerzo y el trabajo de los pueblos de Meso América.
Eso es algo que todos necesitamos entender aunque nos falte lo material. El trueque es dar y recibir, en suma compartir el momento.

viernes, abril 1

PATAMBAN Y SU FIESTA DE CRISTO REY


Por Julie Sopetrán

                                              Tapetes creados para la Procesión de Cristo Rey en Patamban. Foto: Julie Sopetrán

Salimos de Morelia a las nueve de la mañana, tardamos más de dos horas y media en llegar a Patamban, situado cerca de la gran montaña del mismo nombre. Había tramos del camino llenos de charcos de la lluvia recién caída, tierra húmeda, hondonadas, árboles...
La Oficina de Turismo había puesto dos coches todo terreno a nuestro servicio, dos guías, todo estaba perfecto para emprender un viaje a un lugar tan desconocido y  realmente mágico. Lugar al que he vuelto varias veces, para degustar con más conocimiento mi encuentro con el pueblo purépecha.

                                                             Momento antes de comenzar la procesión. Foto: Julie Sopetrán

Mi salud no era muy buena, un catarro frente al cambio de clima, retortijones de vientre, escalofríos, fiebre... Todo iba desapareciendo con algunos refrescos y la impresión de ver tanta gente en un lugar tan apartado, tan escondido, tan imprevisible. Creo que me curaron los colores de tantas flores, de tanta luz concentrada en Patamban ante la celebración de la fiesta de  Cristo Rey. O tal vez fueron los olores, aromas de flores y de frutas, olor a guayaba, a inciensos de mil hierbas... Creo que las imágenes hablan por sí solas. Podría decir que me pareció una fiesta caótica, una mezcla de fe compartida, de humanidad dispersa, de cercanía entrañable, de fiesta y comida, de mercado abierto, todo mezclado y a la vez, en perfecta armonía. Recuerdo que por las calles, mientras se celebraba la procesión, lo mismo se veían grupos de gente portando cerámicas con sus burros, que otro de pastores de cabras dirigidas por un niño hacia su casa.


                                                                           Dos mujeres purépechas conversan. Foto: Julie Sopetrán

Pero a la vez tenías que rezar porque sobre las calles empedradas, una magistral obra de arte, anunciaba el paso del Señor. El último domingo de Octubre, se celebra en Patamban, Michoacán, la Feria de la Loza y la Procesión de Cristo Rey, son fiestas purépechas, todos los pueblos de la región acuden a éste centro de religiosidad y mercado por antonomasia.  Creo que es la procesión en honor de Cristo Rey más espectacular que yo he visto en mi vida. 

                                                                        Una de las calles de Patamban. Foto: Julie Sopetrán

Todo el pueblo colabora en la elaboración de los tapetes, hechos con aserrín y pétalos de flores, papel cortado y artesanías de todos los gustos. Los niños, los ancianos, las madres... Todos hacen camino para que pase Cristo Rey por sus casas.  Creo que son más de tres kilómetros el recorrido por donde el sacerdote va portando en sus manos la Sagrada Custodia. Las calles de este pueblo están todas hechas de piedra y, sobre los empedrados, es donde hacen estas obras de arte con formas de cisnes, mariposas, estrellas y un sin fin de diseños purépechas y cristianos, todos mezclados y realmente creativos.Creatividad viviente, palpitante, compartida.

                        Dos detalles de los tapetes elaborados por la gente del pueblo.

Llegas a sentirte, parte integrarte del lugar, con esa mezcla de todo un conjunto que impregna en tu ánimo, ese ánimo de ser y estar en un lugar carismático, impredecible, único.  Por todas las calles, que no llegas a recorrer en un día, admiras los adornos de papel hecho todo a mano, es pura artesanía. Son flores, formas diferentes, con delicados colores, cintas, arcos  de flores naturales, sendas, todo colocado de tal manera que nadie en el mundo podría hacerlo mejor.

                                 Dos caminitos por donde pasa el sacerdote con la Custodia.  Fotos: Julie Sopetrán

La senda por donde pasará el padrecito, no se puede pisar, porque ese sacerdote, llevará en sus manos la Custodia y todo está hecho para Cristo Rey. El pueblo está construido con adobes, en el rincón más apartado se ven las camelinas adornando el más leve soplo de viento o la gota del sudor silenciosa... Las flores habitan y se ven por todas partes, rosa, amarillo, blanco, rojo, tienen los mismos colores que los tapetes, inspiran a los artistas, a los habitantes, te hacen sentir y gozar, la flor de la canela, la dalia, la flor de changunga, las orquídeas, la flor de calabaza, y algunas que no conozco sus nombres...

                                                     Otro momento de la procesión. Foto: Julie Sopetrán

Las flores cantan en las pirekuas como Izitziki Canela, son canciones que comparan a las mujeres con las flores. Las mujeres envueltas en sus rebozos, portan en sus manos una vela encendida. Sus trajes son muy sencillos, una falda a la que llaman "sabalina" que va sujeta con un ceñidor, algunas dejan sobresalir un poco de tela unos 15 centímetros y así forman como un rollo, estas son las faldas tarascas. Unas llevan la falda negra y otras de colores es como un pañete, las enaguas son blancas como de manta. También llevan dos ceñidores, uno sujeta la falda y el otro es sólo un adorno. Las blusas o camisas  van plegadas al pecho y a la espalda, se ve una jareta a lo largo del escote, que va bordada sobre los hombros, los bordados llevan figuras de flores y animales.


Algunas visten con delantales de cretona haciendo cuadros de muchos colores. Se peinan con dos trenzas y llevan aretes con diseños muy variados.  Aunque una de las prendas más bellas, sencillas y hermosas de la mujer purépecha, es el rebozo, con rayas y flecos. El traje del hombre es también muy sencillo, consiste en una faja tejida a mano, el traje es de manta, el sombrero está hecho de petate o de tubo de trigo, cuando lo usan para todos los días. Siguiendo el paso de Cristo Rey, vemos cómo el Sacerdote reza, se para en una de las calles y con la Custodia bendice a las gentes, mientras tanto el monaguillo con su capa roja y su botafumeiro aviva el incienso.


La orquesta ameniza la procesión. Se sale de la iglesia a las diez o las once de la mañana y se regresa por la tarde a las cinco o las seis, cuando no las siete. Son seis o siete horas de procesión. El paso es la música. Luego, o antes, o cuando se puede y te lo pide el estómago, se comen las carnitas, los sopes, las tortillas, los frijolitos tanta comida que se ofrece en México por donde vayas. Y en esos ratos libres de la procesión, se van admirando las artesanías que por las mismas calles exponen los purépechas para su venta. Diablillos de Ocumicho. Piñas enormes de San José, de color verde y cobre. Ollas de Patamban, hechas con “barro de cascarón”.


Hablaremos en otro capítulo de esos tianguis. Lo sorprendente, fue cuando después de unas dos horas ya casi de noche, me perdí, no sabía cómo regresar al lugar donde habíamos quedado los guías y demás compañeros.

Me perdí porque en cuestión de dos horas después de la procesión, ya habían desaparecido todos los adornos por los que antes me había guiado. Patamban no es un pueblo pequeño cuenta con más de tres mil habitantes, está situado en el Municipio de Tangancícuaro, a tiene una altitud de más de dos mil metros. Buscando mis pasos supe que no estaba tan lejos de aquel adorno centro de reencuentro con mis amigos. Mereció la pena conocer un México verdaderamente profundo, religioso y en armonía con la naturaleza, como nunca hubiera podido imaginar.


Iglesia antes de la procesión (Foto: Julie Sopetrán)

DESDE LA PROCESIÓN EN PATAMBAN



¡Oh Señor! Tú que sabes del gozo y la ternura
de estas gentes purépechas que te adornan los pasos
que te hacen el camino con la flor de la tierra
y las variadas hierbas de acahuales y milpas.
El niño, el viejo, el joven, familiares y extraños,
miramos los tapetes cual si fueran sagrados los caminos:
mariposas monarca, cisnes alados, estrellas jubilosas...
arcos, diseños, marcas, colores, símbolos, reflejos,
triángulos, cuadrados, rombos y líneas paralelas
y mosaicos, y luces, pensamientos
que se cruzan de una  esquina a otra esquina
de una calle a otra calle
viendo pasar a Dios por la belleza.
¡Oh Señor! Tú que sabes de blancos, de amarillos, de rosas,
de negros y de rojos, de azules y de malvas,
de velas encendidas y posturas sublimes.
Tú que te sientas con ellos, los indígenas, y con ellos
dejas pasar el tiempo por esta variedad de afanes,
de nostalgias...
Dame de esa armonía el aire o la flor más dulce
que brilla en la sonrisa de los niños o entre los brillos
de todos los adornos de este día sublime.
Dáme un poco de luz para mis manos áridas
que tocan el espacio, la distancia, la risa de los pájaros.
Dime, dame desde la  ermita la palabra que exprese
todos los contenidos y las formas.
Aquí desde lo más alto de Patamban en procesión de arte
en mercado de sueños
en ilusión de encuentro, en gesto de oración,
en expansión de almas
¡Oh Señor! Cristo Rey, Tú que sabes...
dame un poco de luz para el regreso.


© Julie Sopetrán







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